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EL PALIO DE SIENA

Las fotos más bellas de la fiesta de Siena en fotografía de Alessia Bruchi,
fotógrafa sienés especializada en reportaje fotográfico sobre la toba


EL PALIO, EL CORAZON Y EL ALMA

Si me pidiesen explicar a un turista que es el Palio de Siena, es muy probable que empezaría con excluir todo lo que el Palio no quiere ser. La primera cosa que intentaría explicar es que el Palio, aunque acudan cada año miles de visitantes de todo el mundo para ver las carreras, es algo muy diferente de una atracción para turistas, que siguen maravillosamente sorprendidos, estáticos y generalmente inconscientes de los símbolos incluidos en una carrera entre diez caballos que se desafían en un anillo de toba, en el medio de una ciudad medieval, en tres rondas rapidísimas que te cortan la respiración y no te dejan ni siquiera el tiempo de darte cuenta de lo que está aconteciendo. El Palio es algo que va más allá de una feria, el Palio es mucho màs. El Palio es la ciudad de Siena, es la carrera del alma, donde todo lo que te connota de forma visceral como persona sale con una pasión sangrienta, incontrolable. El Palio es un instante y al mismo tiempo una vida entera, es el corazón que sube a tu garganta y casi se te escapa de la boca. El Palio es presión que sube, es perdida de sentido del mundo que te rodea, una burbuja de vidrio que se infla de colores, sonidos, manos que exudan emociones y que en sí contiene un mundo paralelo, suspendido a la espera de el sobre blanco que entra en la Piazza por las manos del policía municipal vestido en blanco, que con el brazo levantado lo enseña a la plaza y lo deja en las manos del Mossiere, con miles de ojos clavados en él esperando el veredicto. Y así, de repente cae el silencio.

Silencio, silencio.

Un silencio casi irreal, que asombra incluso a los turistas desprevenidos de este ritual mágico. Silencio. Una plaza llena de miles de personas, increíblemente silenciosas. De repente, se oyen distintamente las voces silenciadas por los “ssshh” de la gente, la tos de alguien al otro lado de la plaza. Coges tu móvil, y lo pones en modalidad “aéreo” porque te das cuenta que si tocase ahora tendrías miles de ojos encima. Como si estubieras en un teatro. Este es uno de los momentos más mágicos, en el cual hasta el sonido del obturador de la cámara molestaría, instantes en los que las manos sudan tan frío que no podrías hacer algo más que esperar la firme voz del mossiere, que anuncia el primer barbero entre los canapi, acompañado por los gritos de la plaza que se anima, comenta, protesta. Y luego llega el momento del segundo, del tercero, las mejores posiciones, hasta la ultima plaza, la rincorsa, que sale corriendo y hará empezar la carriera. A continuación , la danza de los jinetes, el tondino, murmullando y susurrándose entre ellos, dando vueltas con sus caballos detrás de la mossa, alargándose hasta casi la curva del Casato. Alguien incita, otros maldicen la suerte y la contrada rival. La tensión crece y se hace palpable, densa, en el aire repleto de adrenalina. Los jinetes entran y salen de los canapi, uno por uno, más y más veces entre empujones y codazos, buscando sin parar las mejores trayectorias, la tensión se vuelve aun más febril, los caballos patean ansiosos de lanzarse a la carrera, sudor, excitación, miedo. La respiración acelera. De repente llega ese momento perfecto, una fracción de segundo en el cual la rincorsa juzga la mossa perfecta. Caen los canapi. Salidos! En la nube de polvo, las patas nerviosas de los caballos galopeando, corren, y corren, primer San Martino, huellas profundas en la toba, tierra que se levanta y se hace otra vez polvo, primer Casato, curva estrecha, la multitud se levanta de los palcos, gente que salta en el medio de la plaza, gritos, incitaciones, algún turista se desmaya por el calor, rescatado por la camilla de la Misericordia, y corren, corren, segunda vuelta, algunos caballos scosso, huellas aun más profundas en la toba, las primeras posiciones cambian, segundo San Martino, corren, más tierra que se levanta, ahora se lo juegan todo, es infartante, el líder mira hacia atrás, empuja el caballo, quiere llegar, ganar la carrera. Tercer San Martino, ya casi estamos, el ultimo drittone, tercer Casato, los contradaioli que empiezan a bajar de los palcos, en la incredulidad, gritando, el jinete con el nerbo levantado al cielo, el corazón que late fuerte, el estruendo del mortaretto. Victoria. Como un río crecido la gente de la contrada ganadora se lanza en su jubilo apretándose a su barbero para recibirlo, protegerlo, abrazarlo. En seguida sube a los palcos de los jueces para coger el “cencio” colgado, un cittino (niño) recién nacido, lleva el jinete a hombros, llora de alegría, se abraza moviéndose al unísono como una corriente cálida en el mar de colores de las banderas de las contradas aliadas que honran a su carrera. Es el giubilo, que empieza en la Piazza del Campo y sigue en la Iglesia de Provenzano o dentro del magnifico Duomo, un río crecido que continúa a fluir, un torbellino de emociones, alegría infinita, sudor, incredulidad, turistas que no saben que hacer, orgullo senese que explota en el corazón. Esto es el Palio.

Y para mí, pura sangre senese, es un honor vivirlo, observarlo de cerca y fotografiarlo. Parar momentos tumultuosos que se escapan, conocer los significados primitivos, contar su historia según mi propria interpretación, que va mucho más allá del simple clic del turista, mientras entra en la ritualidad más intima de la fiesta de la ciudad, estudiándola y respetándola, entendiendo su significado ultimo: la pasión. Colores que explotan, emociones difíciles de controlar sobre todo cuando llevas una cámara en la mano.

Alessia Bruchi Fotografo Palio di Siena
Alessia Bruchi Fotografo Palio di Siena